Y cuando vinieron por mi,
ya no quedaba nadie que alzara la voz
para defenderme.
ya no quedaba nadie que alzara la voz
para defenderme.
La cuestión de las papeleras sobre el río Uruguay es una oportunidad única.
Los medios importantes sólo hacen crónicas del conflicto sin tomar partido. Los políticos toman posiciones ambiguas y contradictorias sospechosamente tibias. En el congreso parece que se discute en un clima de cosa cocinada -al menos es la impresión que tiene el observador externo.
La cuestión de las papeleras debe ser nuestra oportunidad.
Hemos recibido de las generaciones pasadas un país devastado por las malas políticas, la entrega espúria, el desprecio por el medio ambiente; en fin: un país al que no le importaron, salvo honrosas excepciones, las generaciones por venir.
La cuestión de las papeleras no puede dejar de ser nuestra oportunidad.
Oportunidad de reclamar un alto en el desmanejo de los recursos en aras del enriquecimiento de unos pocos. De impedir con medidas claras y valientes que mueran niños y ancianos sólo porque alguien se hizo el distraído. De observar atentamente alrededor y reclamar que se cuide el suelo, el agua, el aire para muchas generaciones más.
La entrega, la cobardía, el desinterés, la pereza mental, el abandono, la desidia, el interés sólo electoral, el mirar sin ver, el hacerse el distraído y mirar para otro lado, el esperar que otro haga lo que se debe hacer, la apatía, el desgano, la traición, la inacción son estigmas de una nación que no es, aunque debería.
La cuestión de las papeleras sobre el río Uruguay es una oportunidad única.
Oportunidad de que, de una vez por todas, todos demostremos que el futuro nos interesa.
Y un último pensamiento: si las papeleras no se instalan sobre el río Uruguay pero sí unos kilometros más arriba o más abajo sin resolver el peligro de la contaminación, igual nos vencieron, porque seguimos entregados al egoísmo y la dispersión.
Los medios importantes sólo hacen crónicas del conflicto sin tomar partido. Los políticos toman posiciones ambiguas y contradictorias sospechosamente tibias. En el congreso parece que se discute en un clima de cosa cocinada -al menos es la impresión que tiene el observador externo.
La cuestión de las papeleras debe ser nuestra oportunidad.
Hemos recibido de las generaciones pasadas un país devastado por las malas políticas, la entrega espúria, el desprecio por el medio ambiente; en fin: un país al que no le importaron, salvo honrosas excepciones, las generaciones por venir.
La cuestión de las papeleras no puede dejar de ser nuestra oportunidad.
Oportunidad de reclamar un alto en el desmanejo de los recursos en aras del enriquecimiento de unos pocos. De impedir con medidas claras y valientes que mueran niños y ancianos sólo porque alguien se hizo el distraído. De observar atentamente alrededor y reclamar que se cuide el suelo, el agua, el aire para muchas generaciones más.
La entrega, la cobardía, el desinterés, la pereza mental, el abandono, la desidia, el interés sólo electoral, el mirar sin ver, el hacerse el distraído y mirar para otro lado, el esperar que otro haga lo que se debe hacer, la apatía, el desgano, la traición, la inacción son estigmas de una nación que no es, aunque debería.
La cuestión de las papeleras sobre el río Uruguay es una oportunidad única.
Oportunidad de que, de una vez por todas, todos demostremos que el futuro nos interesa.
Y un último pensamiento: si las papeleras no se instalan sobre el río Uruguay pero sí unos kilometros más arriba o más abajo sin resolver el peligro de la contaminación, igual nos vencieron, porque seguimos entregados al egoísmo y la dispersión.
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