Expliquemos aunque parezca obvio, porque ciertas palabras han perdido su brillo original en el manoseo y a veces hay que pasarles lustre antes de usarlas: la madre de todas las enciclopedias virtuales,
Wikipedia, monstruo simpático parido en este comienzo de siglo medio mal parido, dice que un
trovador es "un poeta cantautor de la Edad Media".
De
Juan Farré podría decirse que es un trovador, si, aunque claro que de una época diferente; un tipo que en una
Edad Enteramente trastornada por los desencuentros, los desamores y los descalabros en un gesto de esperanza nos regala un puñado de canciones hechas como dando un apretón de manos y un abrazo de amigo.
Pero a no confundirse: este trovador es un observador agudo que no pierde la alegría; un poeta que a veces desgarra y a veces acaricia, siempre para que veamos. Que se enamoró alguna vez de la vida y nos dice que está bueno atreverse a devorarsela de un sólo tarascón aunque uno tenga
una tela moquitera en la mirada a modo de protección, se sabe. Que nos dice que irse y volver no siempre son antónimos; que el barro pesa en los pies; que las puertas se cierran y a veces no hay llave y hay que pedirla; que tomar un tren nos lleva lejos de ciertas cosas pero no de los agobios o las penas; que la plata tiene conductas extrañas a veces; que Buenos Aires no responde cuando se le pregunta. Tipo inquieto, Juan.
Estamos hablando de
Roquestuera, claro, ese manojo de 12 poesías musicalizadas o melodías poetizadas, según se quiera. El mismísimo Juan,
en el depto virtual y colectivamente lunar que ocupa, cuenta a qué suena su música. Él dice que suena a...
el ruido que hace una manzana cuando cae en un bosque donde no hay nadie que la escuche. Digamos que suena como eso que tendrias ganas de escuchar si fuesemos conocidos que se aprecian.
Son 12 canciones interpretadas con instrumentos de rock. Todas composiciones de Juan Farré precisa y eficazmente interpretadas, entretejidas, casi acariciadas por reconocidos instrumentistas mendocinos.
La voz de Juan en este disco es amistosa -si, tengo la idea fija-, muy comunicativa y amistosa, pero también putea cuando hace falta, aunque sin malas palabras que es como suele putear la buena poesía. El trabajo de etiquetar y desmenuzar lo dejo para otros; no es mi estilo. Solo digo que es buena música, que está bien tocada y bien cantada, pero que por sobre todas las cosas, todas las virtudes y todos los méritos, llega al alma.
Y un día fueron vacas (lunares).Así están hoy las cosas para La Vaca Lunar, el combo que hace posible esta degustación con los sentidos del alma: Dumont en guitarra, Jota en bateria y Ramiro en bajo le dan vida a junto a Juan a este animal que aterrizó en la luna para no quedarse. O tal vez para llevarnos con ella. Quién sabe.
El disco me encantó y por eso le dediqué un par de espacios
en el programa. Porque es cosa de amigos compartir la felicidad.