El domingo se reunieron 40000 amigos para celebrar la visita de otro amigo que hacía mucho que no venía por casa. Nuestro amigo, el homenajeado, cantó, bailó y nos emocionó. Nosotros, luego, regresamos a casa con la piel todavía erizada y agradecidos porque, finalmente, él nos homenajeó a nosotros.
Hubo algunos que se dicen amigos pero trabajan en los medios y esos, se sabe, son los peores. Dijeron que no cantó nada nuevo -como si lo hubieran escuchado alguna vez con el corazón, como se debe-, que no trajo la parafernalia que usa en Europa -como si ellos mismos, que son amigos de los empresarios del centavo, pagaran el flete-, que esto y que el otro. En fin.
Yo me quedo con el "Oh-oh-oh-oh-oh-oh oh-oh-oh" -ponerle 40000 gargantas y el comienzo de "Sledgehammer"- o el "Biko, Biko, because Biko" con no sé que puño en alto -porque muchos faltaron a la clase donde el profe explicó que era el izquierdo, si hubiera una cátedra de Compromiso-. Lo que vale es la intención. La de Peter y la de los que entienden. Pero fue, de todos modos, buen momento para aprender.
No es fácil hacer temblar el cemento de Vélez; no si no se es Queen, Purple o Iron Maiden, por caso. Pero la densidad de ciertos pasajes, el
bajísimo de Levin y la propia vibración de nuestra alma -esto ultimo como una suposición, pero que la hay, la hay- movieron el cemento bajo nuestros piés. Grande, Maese.
No sé, tal vez fue una cierta premonición de que no habrá una próxima vez, pero el recorrido por lo más destacado de su obra fue, me pareció, una idea excepcional. Porque además ningún tema sonó igual. Cada uno tuvo su toque especial para nosotros -por acción u omisión- que lo hizo diferente. Peter Gabriel es un artista excepcional que convierte en nuevo todo lo que toca, ya sea un clásico
ochentoso como Big Time o un concepto profundo y ancestral como San Jacinto. La tozudez del músico por darnos sólo un recorrido por nuestras nostalgias fue tal que se olvidó del robot Wall-e y mandó la mencionada Big Time. Por mí, mejor.
Yendo a lo concreto -cosa que no me importó sino hasta ahora que quiero dejar por escrito
todas las sensaciones- la banda, ajustada, poderosa, inspirada y en un segundísimo plano, como siempre, sonó fenomenal, resaltada por un sonido de gran calidad y nitidez, excepcional para un estadio de fútbol. Fué casi la misma formación de Growing Up: Melanie Gabriel -hizo solita "Mother of violence"-, Tony Levin -la segunda mayor ovación de la noche-, David Rodhes -impecable
el cirujano, como lo presentó Gabriel-, Richard Evans y la dama del teclado -PG dixit- Angela Pollack.
Hubo momentos de baile y momentos intensos, de gran densidad. La voz de Peter, tan intacta y cautivante como siempre. Se notó que fue regulando -sin mezquinar- y como premio para nosotros, llegó entero y potente hasta el final. No sólo para cantar, sino también para agradecer, bromear, volver a agradecer y presentar con un castellano entreverado que resolvió con mucha ternura, el corazón y el significado de cada canción.
Este es el listado:
Zaar
The Rhythm of the Heat
On The Air
Intruder
Steam
Blood of Eden
Games without Frontiers
No Self Control
Mother of Violence
Darkness
The Tower That Ate People
San Jacinto
Big Time
Secret World
Solsbury Hill
Sledgehammer
Signal to Noise
In Your Eyes
Red Rain
Father, Son
Biko
Fue una noche de celebración entre amigos, para homenajear al amigo que vino de visita después de tanto tiempo. Estuvo por aquí, nos dejó su corazón, no sin dejar de advertirnos al despedirse: lo que suceda ahora depende de nosotros.
Gracias, Maestro.
Addenda: Gracias a mi amigo Gusbatero, que salvó mi olvido: el del baterista, Ged Lynch. Pavada de omisión la mía. Un verdadero motor de la banda, al que Peter ensalzó con la descripción hizo, y que Gus menciona en su comentario. Gracias, amigo.