miércoles, 5 de septiembre de 2007
Artaud, el mejor de todos
Levanto la nota de Pablo Schanton para la Rolling Stone, sobre el disco Artaud de Pescado Rabioso, es decir, Luis Alberto Spinetta. El descubrimiento implica dos agradecimimentos: a la FM Universidad de Rosario que la desmenuzó en vivo con repaso del disco tema por tema incluído, y al sitio Jardín de Gente que la publicó.
Impredible la nota, que refiere a detalles, contextos y vivencias de una época que también fue nuestra. Mi primer contacto con el Flaco en vivo fue el siguiente recital que dió, ya con Invisible, en el Astral. Por poquito nos perdimos la ceremonia Artaud...
Aquí la nota:
Artaud - Pescado Rabioso:
El disco de 1973 de Luis Alberto Spinetta lidera la lista de los 100 mejores del rock nacional, formada por el voto del jurado de notables encuestado por Rolling Stone.
Antonin Artaud nunca quiso que su obra fuera considerada literatura. Del mismo modo, Artaud nunca quiso ser un disco, sino un gesto de vanguardia. Sin embargo, ahora lo es: el mejor de la historia del rock nacional, según esta votación. Es cierto: el álbum de L. A. Spinetta firmado por Pescado Rabioso ("¿Vieron? Pescado era yo"), como si fuera el tercer LP del grupo, y bautizado como el poeta maldito francés, contiene música registrada en unas líneas circulares sobre un plástico negro.
¿Entonces? Entonces empecemos por recordar la mítica tapa, que de mera decoración o funcionalidad tenía poco.
Spinetta la llamaba la "deformé".
El boceto que le envió al diseñador Juan O. Gatti ni siquiera podría considerarse "estrella", es inclasificable. Claro; el primer problema de ese pack era ubicarlo en las bateas y discotecas hogareñas. Efectivamente, el disco-objeto era un inadaptado: denunciaba con su deformidad la cuadratura, la falta de libertad y el sometimiento a la geometría industrial del resto.
Qué mejor síntesis sobre la vida y obra de Antonin Artaud.
Decía el escritor francés en "Surrealismo y revolución" (1936): "Más que un movimiento literario, [el surrealismo] ha sido una revolución moral, el grito orgánico del hombre, las palabras de nuestro ser contra toda coerción.
En primer lugar, contra la coerción del Padre".
Para neurosis de los coleccionistas es imposible encontrar una tapa original de Artaud sin las puntas ajadas: ese desafío a los patrones (padres) geométricos e industriales se pagaba con la degradación. Otra forma de hablar del trágico destino de Artaud. Y eso que todavía no pasamos de la tapa.
Sigamos. En el booklet del disco, que parecía prospecto de remedio, también se leía: "«Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte, el verde para la resurrección y el amarillo para la descomposición y la decadencia?» (Antonin Artaud, carta a Jean Paulhan, París, 1937)". De ahí las tonalidades de la portada y el gag de salir a escena con guantes verdes en uno de los shows de presentación del álbum en el Astral, durante la primavera de 1973.
En realidad, Spinetta buscaba redimir el mensaje nihilista y el contagio de dolor que acarrea la obra artaudiana. Artaud funcionaba como un antídoto contra Artaud. La contrafigura siempre es Lennon (de ahí el "She Loves You" en el collage de "A Starosta, el idiota"). "Para él [Artaud], la respuesta del hombre es la locura; para Lennon es el amor. Yo creo más en el encuentro de la perfección y la felicidad a través de la supresión del dolor que mediante la locura y el sufrimiento", le aclaraba a Eduardo Berti en los 80. La interpretación spinettiana era bien rockera.
En un reportaje de 1973 aparecido en Gente, Spinetta resumía: "Artaud fue un tipo que vivió la vida de un rockero, como si fuese Hendrix". El Artaud-Hendrix spinettiano empujó a muchos a la lectura del poeta, produciendo lo que la revista Algún Día en 1974 llamó "la onda Artaud que se ha desatado en Argentina". Luis Alberto sabía que tenía que ser didáctico: en sus shows exhibía "diapositivos" (sic) con textos de Artaud y entregaba un manifiesto "Rock: música dura, la suicidada por la sociedad", donde denuncia la "profesionalización" y el "negocio" del rock, además de oponerse a la etiqueta de "música extranjerizante" en boga en aquellos días en que el rock era una subcultura de domingos a la mañana y una música "progresiva" que se oponía a la oficial, la "complaciente" de los Palitos y los Sandros.
Aquel ritual de mil quinientos roqueros un domingo a la mañana en el teatro Astros era descripto por Jorge Pistocchi en una nota de Pelo: "Cada uno se prepara a entender. Nos dan un papel escrito, con claves que no son gratuitas. En él se reúnen distintos estallidos de Kerouac, Artaud, [Miguel] Grinberg, Thomas Merton, Luis, Timothy Leary, etcétera. Y nos abren el paso".
Eran tiempos pre YouTube, tiempos en que los libros y cierta forma de arte alimentaban la idea de contracultura. Hasta el dúo folk naif Vivencia usaba una pintura de Van Gogh en su disco Mi cuarto y los duros de Vox Dei en La nave infernal instalaban un collage de Max Ernst en tapa y un poema de Rimbaud en la contra. En los recitales del Astral, de "teloneras" se usaban películas mudas como El perro andaluz, El gabinete del doctor Caligari y cortos del argentino Hidalgo Boragno, todo musicalizado por El lado oscuro de la luna, Pompa y circunstancia de Edward Elgar y Héroe de guerra de Hendrix.
La palabra clave en la Argentina de 1973 era "liberación". Volvían la democracia y Perón a escena: el candidato del justicialismo, Héctor Cámpora, prometía una "patria liberada". A comienzos de aquel año, los roqueros porteños comenzaron a reunirse los domingos en Parque Centenario para debatir sobre cuál sería el lugar del rock.
Músicos como Spinetta, Emilio Del Guercio, Rodolfo García, Gustavo Spinetta (estos tres fueron los únicos músicos que acompañaron a Luis Alberto en Artaud ), Miguel Abuelo y otros se sentaban a la sombra a charlar con periodistas como Grinberg o Pistocchi, y quienes eran su público.
"Teníamos una visión más holística de la revolución", nos recuerda Del Guercio.
"Nos preocupaba saber cuál iba a ser el lugar del arte y la cultura en la sociedad por venir, cómo la transformación personal de cada uno y la comprensión del otro podían modificar la sociedad."
De ese cuestionamiento total es hija la libertad de Artaud. El rito del Centenario terminó "y ahora nos reprimen igual que antes del triunfo de Perón. (...) Vos sos parte de la liberación. No tiene que ser espectacular, estará formada de pequeños gestos y grandes ternuras", escribía resignado Grinberg en su revista Rolanroc, donde también figuraba el manifiesto "Rock: música dura...".
En ese manifiesto, Spinetta recurría a la misma idea "micropolítica" de liberación: denunciaba su "yo enfermo" por su incapacidad de expresarse de manera más directa (más artaudiana), consigo y con los demás. Como su primer disco solista post Almendra, Spinettalandia y sus amigos (72), Artaud funcionaría como un "automanual de autoayuda". Esa autoliberación implica aislarse, despojarse de todos y de todo: otra vez, el Lennon post Beatles que busca purgarse; su mensaje de amor a Yoko redime todo el nihilismo de Artaud. Aquellos 70 eran años de "psicodelia reflexiva", como se puede comprobar en la letrística de Molinari, Smilari o Pappo y su dialéctica de "pensamiento versus locura".
A Spinetta, la "divina tragedia del pensar" de Artaud (como la llama Susan Sontag) y el disco El lado oscuro de la luna le sirven para articular esa problemática relación entre alucinación y alienación, como queda claro en las voces internas de "A Starosta" o en "La sed verdadera" y sus enajenaciones espaciotemporales. Otro tema esencial: encontrar una forma de vida en la madurez.
Como sucede en Floyd y en el Graham Nash de "Teach Your Children", "Todas las hojas son del viento" provee leves instrucciones para rockeros que van madurando y formando familias, y deben afrontar la paternidad siendo antipaternalistas. El "yo enfermo" que quiere liberarse sabe que "las palabras nunca son/ lo mejor para estar desnudos". Así, Artaud fue un laboratorio de la canción.
Por un lado, la letra. Aquí se llega al máximo de desarticulación del discurso poético en "Por", construido a partir de sustantivos sueltos que surgen de las líneas melódicas. Hay un redescubrimiento de la dimensión poética de las palabras que sólo puede lograrse liberándolas de la oración.
Por otro, la música. Resaltan los nueve minutos de la "Cantata de puentes amarillos", que continúa el formato fluido de una rapsodia o una canción "muy celular" como la llamaban los Incredible String Band, en quienes los Beatles se inspiraron para "Happiness Is a Warm Gun". El modo en que se canta la palabra-fetiche "mañana" (de ahí viene el que ya es un refrán clásico del rock nacional: "Mañana es mejor") es un punto alto. También la burocracia versosestribillos o tensión-distensión ("Superchería") es puesta en duda.
¿Qué significa que Artaud sea elegido el mejor disco del rock nacional en el año 2007? El paso del tiempo obligó a su reducción: de vinilo con tapa "deformé" a vinilo con tapa cuadrada en los 80, luego cd diez años después, ahora mp3 almacenado en un disco rígido.
¿Qué queda de aquel Artaud que no quería ser sólo un disco sino un acto cultural liberador y lo repetía desde la molestia de su tapa? ¿Sólo grandes canciones? Más: un aura de algo irrepetible. Un pelo de pincel en el color. El aura de una forma de hacer y ser rock más directa, más artística, más artesanal y menos masiva que ya no existe desde 1982. O sea, un ayer mejor: todo lo contrario de lo que el álbum quería enseñarnos en 1973.
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