La columna de hoy de Jorge Guinzburg en Clarín nos hermana un poco a todos en un anhelo común.
Un país Cañas
El viernes por la noche, cuando apagué el televisor, llamé a mi terapeuta por teléfono. Doctor —le dije—, necesito una sesión extra, mañana mismo.
El silencio del otro lado me permitió percibir su sorpresa por la hora, el fastidio de sólo pensar en abrir el consultorio un sábado y el temor por la urgencia del reclamo.
No se preocupe, estoy mejor que nunca —me apuré a aclarar para evitar las engorrosas preguntas como "¿Le pasó algo?" "¿Está deprimido?" "¿Quiere alguna receta?" Después de ponernos de acuerdo con el horario, corté.
Al día siguiente, ya en el consultorio, traté de aclararle el porqué de la premura.
Ayer —comencé—, viendo la semifinal del torneo de tenis de Key Biscaine entre Guillermo Cañas e Iván Ljuvicic me dije "quiero un país Cañas".
A pesar de su respetuoso silencio, supuse la carcajada para sus adentros y, antes de darle tiempo a replantearse por qué me había concedido esa sesión extra en lugar de estar caminando por Palermo, intenté explicar mi teoría.
¿Recuerda ese viejo juego de reunión —seguí— en el que todos deben adivinar cuál es el personaje elegido por alguno de los integrantes del grupo haciéndole preguntas? Uno plantea "si fuera un animal, cuál sería"; otro continúa "si fuera un auto"; otro, "una comida" y así hasta que alguien se da cuenta de quién se trata.
Su silencio me empujó a pensar que jamás había jugado a eso e, incluso, podía parecerle un poco tonto. Pensé entonces en explicarle que, aunque le pareciera mentira, el juego puede ser divertido, sobre todo si los integrantes del grupo aportan un poco de ingenio, pero preferí seguir con mi planteo inicial.
Inspirado en el juego —continué—, pensé en el país y me pregunté: "¿si la Argentina fuera una persona, cuál sería?"
Habrá quien piense en Einstein, otros en el Gordo Valor. ¿A usted quién se le ocurre, doctor?
No lo sé —respondió muy rápido, como para hacerme entender que no estaba dispuesto a prenderse en la propuesta lúdica.
Yo tampoco —seguí—, pero me encantaría poder decir Cañas.
Tal vez algunos no lo recuerden, pero hace tiempo, cuando Willy estaba llegando a los primeros lugares en el ranking de la ATP, una lesión en la muñeca lo postergó por mucho tiempo y, a su regreso, tuvo que volver a empezar. Después, cuando a fuerza de lucha volvió a encaramarse, fue castigado con una sanción por dópping. Fue bastante confuso porque, al parecer, el elemento prohibido se lo había entregado un médico en México que luego dijo no conocer a Cañas. El tenista argentino apeló la sanción, afrontando costosos honorarios de abogados a una edad en la que casi todos piensan en ahorrar lo que ganaron y prepararse para el retiro.
Varios testigos demostraron que Cañas había estado en el consultorio, pero la pena —en principio de dos años— se redujo muy poco y otra vez tuvo que empezar de nuevo. En muy poco tiempo avanzó mucho, hasta llegar a esta final.
El torneo termina hoy, a pesar de haber dejado en el camino ya a tres top ten, no sé si va a ser el campeón, pero a mi me hizo pensar en que lindo sería nuestra Argentina, un país Cañas.
No creerse nunca el mejor del mundo, pero pelear todo el tiempo para serlo.
Jamás bajar los brazos, no sentirse derrotado aun en el peor momento, confiando en sí mismo, sabiendo que sin un trabajo en equipo no se puede lograr nada. Imaginando que el mejor momento no fue ayer, puede ser mañana; tratando de aprender y corregir todos los días, con la convicción de que a cada nuevo logro le sucede un nuevo desafío. Afrontando cada reto con seriedad, pero con alegría; entendiendo que la única manera de superar a los otros es superándose a sí mismo y
No siga —interrumpió mi terapeuta—, yo también quiero un país Cañas. ¿Qué hay que hacer?
Tal vez —sugerí—, habría que empezar como él, pensando siempre que es posible.
Jorge Guinzburg
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